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"Anécdotas, hitos y el inevitable escenario post 11 de septiembre de 1973, afloran al dialogar con los dos ingenieros de sonido que dejaron mayor huella en la escena nacional."
"Anécdotas, hitos y el inevitable escenario post 11 de septiembre de 1973, afloran al dialogar con los dos ingenieros de sonido que dejaron mayor huella en la escena nacional."
Hablar de Luis Torrejón y de Fernando Mateo es remontarse a un pretérito perfecto, a un periodo dorado de la música nacional durante la segunda mitad del siglo pasado, en el cual Chile prensó sus más celebrados registros fonográficos. Cual artesanos del sonido, un gran porcentaje de dichos trabajos pasaron por sus manos en las salas de grabación. La música aflora aún por sus poros.
“Hasta el último día que respire voy a estar metido en la música”, señala Torrejón, porteño de 84 años, ingeniero eléctrico responsable de grabar más de 11 mil registros desde 1959 hasta la década de los años ’80. Fueron tantos títulos que ni siquiera recuerda cuál fue el primero: si un disco de Los Provincianos o el de un ex miembro de Los Cuatro Huasos, banda fundamental de nuestra escena folclórica clásica. En su “portfolio” figuran grabaciones con Violeta Parra, Víctor Jara, el catálogo de la Nueva Ola, e incluso trabajó con Bert Kaempfert en Alemania y grabó las bases de seis temas para Elton John en Inglaterra.
En tanto, Mateo (11 años y fracción más joven) es curicano y a los 12 años se fue a Santiago a estudiar e incursionar como control de radio -radios Balmaceda y Chilena-, hasta que el año 69 lo llamó RCA para formar parte del equipo. Tuvo el privilegio de grabar con Los Jaivas, Buddy Richard, Quilapayún e incluso los magallánicos Yamán.
Coincidentemente, Mateo llegaría siempre a ocupar la vacante que iba dejando Torrejón. Así se dio cuando éste debió dejar RCA, porque tenía un ofrecimiento en la NASA y al final emigró al sello Philips. Luego formó un estudio con Camilo Fernández y de ahí Sonotec (en Las Condes).
No pudimos pillar a ambos en mejor momento, semanitas antes de la pandemia, montando un estudio de grabación en el flamante Museo de la Música Chilena (en Santiago Centro), del Sindicato de Músicos Sinumuarchi. Para ello, Don Lucho llevó equipamiento propio, asumiendo como “un deber histórico” el aportar toda su experiencia para dotar al recinto de una sala de registro equipada de 24 pistas (digital y análogo) para partir.
Su ideal es reflotar un periodo de la música tan exitoso como fueron los años 60, 70 y 80, y recobrar su mística para todos los movimientos musicales, además del interés de la red de radios (ARCHI) de nutrirse con música chilena.
Hitos históricos
Mono y estéreo son dos conceptos que marcan un antes y después. Luis evoca que “mientras en Estados Unidos ya había máquinas multipista, en Chile grabábamos mono”. Esto se dio casi hasta el año 69, aun cuando indica que al incorporarse al estudio Splendid en 1968 grabaron ahí el primer registro estereofónico en el país.
“Algunos dicen que la primera grabación (estéreo) fue con los Cuatro Cuartos, yo insisto que no. Yo grabé en ese estudio con Larry Godoy, él venía de Estados Unidos, contrató músicos y grabamos un instrumental con percusión, en fin. Para mí esa es la primera”, apunta.
Incluso remarca que en esa época, tanto la EMI como RCA (donde él trabajo) tenían estudio de grabación mono igual, y la primera máquina multipista fue la que trajo Splendid, que comenzó a grabar en tres pistas y después la modificaron (a él le tocó ampliar a cuatro).
Sin ir más lejos, Mateo destaca que con esas tres pistas se hicieron joyas que perduran hasta hoy, como “Mira Niñita” y “Todos juntos”.
Torrejón confiesa que no había muchos recursos antes de aquello. Cuando empezó en RCA, aparte de grabar en monoaural le tocó registrar todo en directo desde 1959 a 1963. Hasta que “a fines del ‘63 empecé innovando, empecé a copiar y a hacer playback, dejaba la voz sola para doblarla después”.
Aquella primera grabación en que hizo doble “playback” fue con el Clan 91. En dicho long play fueron dobladas las voces solistas en una cinta mono: “entonces grababa a más nivel y después reducía el nivel para evitar el soplido (el ruido), y podía amalgamar bien la cinta”. No tiene miramientos en contar que el 90 por ciento de lo que grababa en ese entonces lo editaba con tijera.
Ambos recuerdan de esa época que Chile tuvo sólo dos empresas que eran sellos discográficos y fábrica de vinilos: Odeón, por un lado, con su prensadora en calle Libertad y su estudio de grabación en San Antonio; y RCA Victor, que tenía su estudio de grabación en el sexto piso de Matías Cousiño (mismo edificio de radio Minería) y la fábrica en Vicuña Mackenna.
Ahora, por políticas de compañía, Odeón hacía solamente sus producciones y no le prensaba a terceros, en tanto RCA grababa con todo el mundo y le imprimía discos a sellos chicos como Demon (de Camilo Fernández), Caracol (de Antonio Contreras), Asfona, Banglad, Philips e incluso Dicap (del Partido Comunista).
Ecos del “11”
A propósito de la empresa Dicap, que era la Discoteca del Cantar Popular, dirigida por Juan Carvajal, don Luis señala que también “pituteó” para ellos: “Yo grabé para el sello Dicap -allá en Thayer Ojeda- con Alfredo Zitarrosa. Justo terminamos de grabar el día 10 de septiembre de 1973, fue la última vez que vi a Víctor Jara, que acompañó igual que Ángel Parra a Zitarrosa, que traía a dos guitarristas cordobeses y un contrabajo y nada más”. Ese disco nunca lo vio editado, y dice que el propio Juan Carvajal se llevó el máster a España justo el 11 de septiembre: “se salvó jabonado”.
Como anécdota, relata que cuando grababa en el programa Sábados Gigantes y se produjo el Golpe de Estado, varios del staff no aparecieron y entre quienes echaron de menos figuró el músico Valentín Trujillo, quien no salió durante dos semanas de su casa, asustado. Relata que un sábado en la noche, un auto negro se detuvo frente a la casa del pianista y unos jóvenes salieron con unos paquetes, que se los arrojaron hacia al patio por arriba de la verja. “Valentín sale a buscarlos y los tipos le hacen saludo y salen, y Valentín va a buscarlo. Eran cintas de Quilapayún, de Víctor Jara, qué se yo, entonces tomó las cintas y las metió arriba en el entretecho”. De ahí le contó de ello a Torrejón, quien hizo de puente y le aconsejó que se les trajera de a una y que no se noten las marcas.
A los tres meses del Golpe, el DJ y productor Ricardo García justo viajaba a Holanda, y Torrejón le entregó varias copias de aquellas grabaciones que él traspasó a carrete de 7,5 pulgadas para que así no llevara cintas grandes. “Debe haberse llevado unos 20 ó 18 long plays y él pudo viajar a Europa”, señala. Al parecer, hasta ese entonces este hombre de radio era visto sólo como una especie de simpatizante del Partido Comunista. Aparte que vivía en Pedro de Valdivia norte, sector identificado con “las casitas del barrio alto”, de esas con rejas y antejardín de la canción.
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Luis Torrejón y Fernando Mateo haciendo un alto de su generosa labor para dialogar sobre anécdotas y vinilos. |
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