domingo, 22 de noviembre de 2020

Crónicas del vinilo chileno XVIII (y Final) por ROBERTO HOFER: Una historia que finalizó arrojando una tradición a la basura

-El desmantelamiento de una industria por la moda del casete y el vergonzoso remate a cualquier postor de nuestro patrimonio sonoro marcaron el peor epílogo para un formato golpeado.
 
Roberto Hofer Oyaneder

Hace cuatro meses partimos en busca de responder algo tan desafortunado –y que cuesta entender-, como fue el hecho que Chile dejara de producir vinilos a inicios de los años ‘80. Eso, sumado a que fuimos el único país de Sudamérica que rompió con dicho formato y puso término a una romántica historia.
 
Más allá de si aquella decisión de mercado obedeció a un mero capricho comercial, el principio del fin se incubaría en el lustro previo a ese día de 1982 cuando EMI Odeón prensó su último vinilo. Esta empresa años antes había absorbido el catálogo internacional de CBS, y al entrar en la década ochentera tenía las licencias de artistas registrados antaño en Philips y en RCA -que dejaría de prensar en 1979-. A esas alturas, sólo sobrevivían modestas etiquetas como SYM, Alerce y Quatro (creada por Camilo Fernández), a quienes les fabricaba la EMI.
 
En este tránsito a la fase terminal, las disquerías locales se abrirían desde 1981 a discos de España, Argentina y EE.UU. importados por los sellos. La popularidad del formato sonoro portátil (casete) se vio incrementado con la masificación de radiocaseteras importadas.
 
La Feria del Disco no logró revertir la tendencia pese a seguir importando vinilos al entrar la segunda mitad de los ’80, en especial música clásica. El rentable nuevo nicho del casete fue potenciado por los sellos nacionales al incorporar en sus catálogos la reedición de música popular de los años ’50, ’60 y ‘70, incluso álbumes internacionales inéditos en Chile y mucho recopilatorio.

Voz de la experiencia

A diferencia del resto del mundo, aquí en Chile el casete –y el pirateo- mataron al long play una década antes, en tanto otros países siguieron haciendo vinilos incluso en paralelo al disco compacto y, llegado el momento, por costo y demanda, el negocio del CD absorbió naturalmente al LP. En nuestro particular mercado el formato digital -de tardío “boom” a inicios de los ’90- fue el heredero reemplazante del casete.
 
Luis Torrejón, el más reputado ingeniero de sonido en la historia de la música chilena, refiere que después del golpe militar, la edición de discos de larga duración ya había quedado reducida a una mínima expresión alrededor de 1979, “cuando se desguaza la fábrica RCA Victor”, una de las dos más antiguas del país. Esto lo menciona en paralelo a la baja sufrida en las ventas de discos, “porque también todo el mundo se encandilaba con el casete”. De hecho, los sellos también promocionaban por la TV la música en cinta.
 
“Eso pasa en Chile nomás. Y pescaron la fábrica, eran 16 prensas y las regalaron a una empresa de carreteras, que hacen carreteras. En sus bodegas las tenían (…) Y después eso salió a remate, las vendieron por fierro, la fábrica, las prensas que costaban más de 60 mil dólares cada una”, añade.
Incluso remataron los moldes de prensado, “que eran un trabajo de joyería, todo eso lo remataron y (EMI) Odeón siguió en las mismas aguas (en 1981 dejó de prensar LPs y hasta 1982 elaboró singles)”. Lo atribuyó a un deslumbramiento generalizado por la industria del casete.

“Conejo de experimento”

Lo más triste es constatar del propio Torrejón que, en el plano académico, figuramos como un mal ejemplo internacional: esencialmente como país que no conserva tradiciones y se encandila con todo lo nuevo que venga (así pasó con el casete y con la tecnología digital): “Chile como dicen es el país del conejo del experimento que hay para todo el mundo. Generalmente Estados Unidos, Alemania lo usan a Chile como ejemplo para los estudios, en las escuelas, aulas, todo. Experimentamos primero y vemos acá si anda bien, van a tratar a otros países y acá nos acostumbramos a eso, uno ve a los chicos y se encandilan todos”.
El experimentado sonidista califica de terrible esa falta de visión llevada al terreno de la industria discográfica, y que gatilló otras ingratas experiencias como el destino de las grabaciones de RCA (que él ayudó a construir) y del sello Philips (en que también laboró). A propósito del remate de propiedades de ambos sellos, indica que en dicha oportunidad tomaron además todo el catálogo de grabaciones y lo subastaron: “En el caso, acá hay un personaje que se llama (Pedro) Valdebenito y él compró todo el catálogo y se quedó con todo el catálogo de RCA Victor completo. Y lo otro, un tipo que vendía acá en el mercado persa, qué sé yo, era ‘pirata’, él compró todo el catálogo de Philips y él tiene (las grabaciones originales de) la Sonora Palacios, de Palmenia Pizarro, y él empezó a editar música, discos, cedés”.
Este atentado perpetrado contra toda una tradición musical serviría de deleznable e inimaginable remache a lo ya ocurrido tras el Golpe de Estado, en que se destruyó mucho material sonoro.
 
A modo de paréntesis, como mercado modesto –en comparación con potencias como Argentina y Brasil-, Torrejón rememora que el mínimo de prensado de vinilos a nivel nacional eran mil unidades, al menos a nivel de novedades en larga duración: “eran 20 ó 30 discos de promoción y mil discos de producción”. Aquí obviamente se hacía un seguimiento de ventas y si la cosa iba acelerada se imprimían más. De acuerdo a la calidad de la pasta que se imprimía, salían dos a tres discos por minuto. “Los (discos) singles se hacían por números de radio, de competencia y se sacaba a ventas, pero no era tan importante como el long play”, acota.

¿Vamos bien, mañana mejor?

Varios vinilos de 1977 lucieron en sus contratapas un logo por los 100 años de música grabada (1877-1977), y ese mismo año EMI Odeón Chilena emitió un folleto mecanografiado que remitió a disquerías y radios, bajo el rótulo “1927-1977: Medio siglo haciendo música”. A raíz del magno evento, el sello editó un LP compilatorio que aglutinó aquella era dorada de música.
 
Aquí me detendré en el texto del pretencioso folleto promocional del medio siglo, el cual sobrevolaba cada década de historia con sus respectivos hitos, hasta que en su último capítulo intitulado “Y así llegamos a nuestros días”, el redactor del texto (N.N.) hace gárgaras con un acento de inequívoco desgaste y poco vuelo: “después de un período en el cual es difícil juzgar la real proyección artística de la música chilena, por haber estado influida ésta, al igual que toda otra actividad nacional, por tendencias ideológicas, llegamos a un período superior de nuestro desarrollo”.
Tras una autorreferente alusión acerca de ser pioneros en introducir el sonido cuadrafónico en mayo de 1975, destacaba que “durante 1976 y lo que va de este año, incluimos la refrigeración por helio de la cabeza cortadora de acetatos y el plateado automático del mismo, mejorando así el standard técnico de nuestro proceso. Este se verá notablemente incrementado al incorporar en agosto de 1977 nuestro DUPLICADOR PROFESIONAL DE CASSETTES en diciembre del mismo año los nuevos equipos para el estudio de grabación”.
 
Nótese la mayúscula en lo del proceso de cinta. El resto es historia, bluff o como se le quiera llamar. Y así llegamos al final de esta alambicada crónica de un soporte clave para la industria del entretenimiento, con pocos pero memorables momentos y también sus claroscuros.
 
Desde el aciago 1982 a la fecha, sólo hemos sabido de fallidas intentonas para reflotar al vinilo chileno, como lo han sido Discos Río Bueno (2010) o vinilos Libre Records (2015). ¿Llegará ese día en que la pasión pueda más que el mercado? ¿Será la tercera la vencida? La economía lo dirá, aunque “todo lo demás es música”.
 
En la sede museo del Sindicato Nacional de Músicos y Artistas (Sinamuarchi), en Santiago centro, esta muda vitrina nos habla de un tiempo mejor, el de la gloriosa era del vinilo nacional.

 

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