- Complicados para un golpeado medio artístico y muy limitados en términos de catálogo fueron nuestros últimos 10 años de prensado de discos.
Durante el periodo entre 1973 y 1982, la producción de vinilo nacional vivió una inevitable cuenta regresiva. Como ya se mencionó, fueron años de oscurantismo para la expresión artística en general, marcados por aquella camisa de fuerza llamada censura, con mil y un creadores acallados por el abuso de poder y, como remate, nuestra economía mordiendo el polvo.
La retroexcavadora de la seguridad nacional intentó borrar todo vestigio del gobierno popular, sin vacilar a la hora de destruir patrimonio cultural como muchas cintas originales de grabaciones del catálogo de RCA e IRT. La gigantesca caldera que procesaba los vinilos sería utilizada para incinerar –cual droga perniciosa- una significativa parte del patrimonio sonoro nacional como la proscrita “Nueva Canción Chilena”
Tras el Golpe Militar, es un hecho que los catálogos de nuestras discográficas entraron en un momentáneo estado de coma, con un reordenamiento crítico de los sellos existentes y la continuidad de algunos en desmedro de otros menos afortunados. De ahí se explica la “doble militancia” o alternancia casi simultánea de artistas grabando para más de una discográfica.
Recién un par de años después se rearmaría el escenario final de este sufrido mercado, el cual afrontaría los embates de la economía interna y, a la vez, los coletazos de la crisis del petróleo de 1973 (conflicto árabe-israelí). Uno de sus grandes perdedores fue la industria global del vinilo, algo impensable para el negocio musical, que al entrar a los años ‘70 reinaba en la industria del entretenimiento, vendiendo más que el cine y la literatura.
El consiguiente embargo del petróleo a las potencias aliadas de Israel fue nefasto, ya que éste se empleaba como materia prima para el prensado de discos de vinilo. De ahí que las multinacionales disqueras no invirtieran mucho en nuevos talentos y apostaran más a artistas y grupos conocidos. Hasta ahí nomás quedaría la incógnita dejada tras la disolución de los Beatles en 1970, acerca de quién se alzaría con su cetro vacante.
Ediciones “con fórceps”
En un escenario de falta de materia prima, fue anecdótico en Chile el desfase en la aparición de álbumes extranjeros, como “Machine Head” de Deep Purple (1972) que recién se editaría acá en 1974, o “Made In Japan” (1972), disco doble en vivo de la misma banda que vería la luz en 1976. Más notorio fue lo ocurrido con los vinilos de Creedence Clearwater Revival, que los publicó el efímero sello Banglad en 1975, cuando la banda estaba separada hacía años.
En el plano internacional, todas las fichas fueron a ganador con artistas que cantaron en Viña un día. La balada en español fue uno de los hijos dilectos de esta era de la escasez, con Julio Iglesias, Camilo Sesto, Manolo Galván, Mari Trini, Roberto Carlos, el “Puma” Rodríguez, Ricardo Cocciante, Nydia Caro, Sergio y Estíbaliz, además de festivaleros del ritmo como Katunga y Rumba Tres.
En esos años de austeridad, y hasta llegar a los ‘80, la onda disco –sin olvidar la sensualidad “camufla” del funk- sería el último gran ganador de los catálogos foráneos, con Boney M, Donna Summer, “Fiebre de Sábado por la Noche”, Olivia Newton-John, Earth, Wind & Fire, Barry White y KC & The Sunshine Band, entre los más vendedores.
Casi cinco décadas después, lo limitado del catálogo criollo de vinilos nacionales siempre pena en cada una de nuestras jornadas de cambalacheo y/o coleccionismo musical, a la hora de encontrar históricas ediciones chilenas de música anglo -cada vez más cerca de la extinción-, y cuyos títulos no salen mucho de Abba, Kiss, Neil Diamond, Cat Stevens, Yes, Grand Funk, Beatles o Bee Gees, entre otros.
Por casa
A partir de 1974 las etiquetas nacionales darían espacio a bandas o artistas emergentes, aunque no más allá del formato single (Klaun, Almandina, Miel, Juan Antonio Labra, Nino García), incluso con algunos covers de famosos (José Miguel y el grupo Systema, Grupo Malibú), reservando los discos de larga duración a gente ya consagrada.
El folclor criollo –incluyendo al regional- tuvo algo de vuelo en estos años ’70, con obras de Huentelauquén, Tito Fernández, Toconao, Norte Andino, Chamal, Curacas, Quelentaro, Kollahuara, Huasos de Algarrobal y los infaltables Quincheros, además de la reedición de “Las Últimas composiciones de Violeta Parra” con gráfica de René Olivares y arreglos de Nino García. Más refinados y con un pie en la música de cámara figuraron Barroco Andino y el Quinteto (Sexteto) Hindemith.
A la mayoría de éstos los registró desde los estudios del sello IRT el sonidista Franz Benko (ex músico de Los Twister), fallecido el 14 de enero de 2020. Él fue uno de los tres emblemáticos técnicos de la dorada era de grabaciones en Chile (junto a Luis Torrejón y Fernando Mateo). Benko también grabó a Los Jaivas, Víctor Jara, Frecuencia Mod, Panal, Óscar Andrade y tantos otros.
El folclor picaresco también afloró con algunas producciones, pese a la “autocensura”. Los Halcones -Patricio Morales y Luis Orellana- se hicieron famosillos en la segunda mitad de la década como Los Huasos Cochinos. Su vinilo “Cuecas con aliño” es todo un clásico, así como sus casetes “censurados” (del sello Electrosonido) que pasaban de mano en mano y eran pirateados hasta la saturación. Este enjundioso par vino a Punta Arenas en marzo de 1988, actuando a tablero vuelto en La Pincoya, traídos por el empresario Jorge Tréllez.
En esos años en que el cumbianchero Hiroito triunfaba con su “Viejo lolero”, una madurona cantante (aunque no tanto), Nilda Moya, hacía lo suyo con “La Pirilacha”, disco que sería prohibido por los censores del régimen militar por su “encriptado” contenido. Ya no tendríamos vinilos cuando los ’80 se rindieron ante los guaracheros acordes de René Inostroza.
Otras músicas
En un país de secular tradición católica, una rara avis fueron las ediciones anuales del famoso “Concierto de Oraciones”, un total de 10 volúmenes editados en Chile a contar de 1981, con canciones cristianas entonadas por cantantes de la “Nueva Ola” y otros en boga como Andrea Tessa, Cristóbal, Alberto Plaza, etc. Son una muestra del influjo de esa vieja institución llamada radio Concierto, que tuvo a Julián García-Reyes como voz ancla de dichas producciones.
¿Música docta? También la hubo en Chile, aunque mucho disco se grabó solo por encargo para prensar en otras latitudes –en especial de compositores nacionales- al no ser un género comercial.
Otros géneros fueron la música bailable (Sonora Palacios, Los Vikings 5), orquestada (Roberto Inglez, Horacio Saavedra), infantil, navideña, latinoamericana, tango y marchas militares. Aunque estas últimas suenen a dictadura, siempre se editaron e incluso el Orfeón de Carabineros tuvo el mérito de registrar una de las primeras grabaciones hechas en Chile.
No podemos dejar de nombrar a Fernando Ubiergo, uno de los talentos rescatables de los ’70 que se atrevió a cantar a los desaparecidos (“Un café para Platón”), y al sempiterno Zalo Reyes, voz “lacrimógena” que fue un bálsamo en esos años.
Como el país dejó de prensar discos en 1982, sólo quedarán las ganas de documentar el período del mal llamado “Rock Latino” al mediar los años 80, referente más bien popero y para muchos apenas una mala copia del rock argentino (pero nuestro, al fin y al cabo), un bálsamo para las nuevas generaciones, aunque llegó tarde para que “muevan las industrias” del cataléptico y sepultado vinilo.
Fernando Ubiergo “Ubiergo” (RCA Victor, 1979). |
Excelente serie de notas sobre la industria musical y del vinilo en Chile. Muchas gracias!
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