domingo, 8 de noviembre de 2020

Crónicas del vinilo chileno XV por ROBERTO HOFER: La lluvia de música y emociones que nos dejó el “Canto Nuevo”

- Más allá de su pretencioso rótulo, esta expresión musical aportó un toque de creatividad y esperanza al Chile de los aciagos años 70.

Si el devenir musical de nuestro país, y en particular de la “Nueva Canción Chilena” (NCCH) se vio truncado por la fuerza un 11 de septiembre, la persecución del régimen de facto no pudo cortar de raíz la influencia de un movimiento cuya impronta, era más allá de ideologías o militancias, era trascender.

Así, en la historia de nuestro sufrido vinilo chileno, el desmantelado bichito de la NCCH se vería en el dilema de emigrar o sobrevivir, enfrentado su relevo a un estadio larvario de desarrollo (o metamorfosis). A mediados de aquella convulsa década, esta simiente creadora se trasvasaría o transmutaría en una corriente renovadora, inspirada en la “Nueva Trova” cubana de los años 70.

El músico Guillermo Ruff, al igual que otros impúberes en la época del Golpe –entre los que me cuento-, refiere que el “Canto Nuevo” le permitió a él tomar contacto indirectamente con la “Nueva Canción”, al trasuntar aquél “una connotación musical totalmente política”.
Este verdadero corte en el tiempo dejó abierta la brecha para el surgimiento de una expresión que heredaría diversos elementos de la NCCH. La represión de facto llevó a que se diera un énfasis más en lo instrumental, sin un mensaje tan abierto o contestatario dadas las circunstancias del momento.
A falta de radioemisoras, esta canción “nueva” devenida en canto encontraría un desahogo natural en las peñas, circuitos universitarios y parroquias, cantándole con inusitada fuerza a la vida, a lo cotidiano y a la injusticia nuestra de cada día.

Enclaves discográficos

Parte de esta oleada renovadora de cantautores populares encontró cobijo en el maternal alero de las consagradas cantantes Sonia y Myriam, cuyo sello SYM Producciones, fichó en esos años a reconocidos talentos como Óscar Andrade, Eduardo Gatti, Hugo Moraga y el Grupo Agua; y a reconocibles figuras como Miguel Piñera y su grupo Fusión Latina (quienes se hicieron famosos con un cover de “La luna llena”, de la anterior agrupación).

Claro que el desarrollo del movimiento venía de antes, siendo reconocido como verdadero impulsor del “Canto Nuevo” al DJ, periodista y productor Ricardo García (Juan Osvaldo Larrea García), fundador del sello discográfico Alerce. Este histórico personaje no sólo estuvo ligado a la “Nueva Canción Chilena”, sino que incluso fue el visionario mecenas que bautizaría y además daría alas a su continuadora corriente musical, moviendo sus artísticos hilos cual ajedrecista contra los gustos oficiales y la censura más desatada.

Tras una frustrada aspiración de hallar un nicho en la televisión chilena post Golpe, este decidido emprendedor de la cultura destinaría sus ahorros para grabar y difundir a promesas de la escena chilensis. En 1975, el ícono identificatorio de aquel alerce que rebrota con fuerza al lado del tronco caído se irguió para producir sus primeros retoños (los grupos Chamal y Ortiga) bajo el sub rótulo de “la nueva música”. Todo aporte de calidad, privilegiando incluso el gusto popular, fue bienvenido en esta apuesta.

Con los años, su fronda cobijaría a todo un movimiento de talentos fundamentales como los Schwenke & Nilo, Santiago del Nuevo Extremo, Illapu, Eduardo Peralta, Nano Acevedo, Sol y Lluvia, grupo Abril, Isabel Aldunate, Capri, Huara y tantos otros.

A la magallánica

A nivel regional, con el Festival Folclórico en la Patagonia silenciado al entrar en la década de los ’80, la expresión folclórica se mantuvo viva gracias nuestra cercanía con la movida argentina y al germen del “Canto Nuevo”. La cultura sitiada se reagrupó al calor de peñas y cafés, con la apertura de espacios disidentes de expresión artística y contingente.

Su indiscutida popularidad nos permitió tener en 1983 a Óscar Andrade y Capri en el Café Kultural; a Eduardo Peralta y Payo Grondona en La Pincoya; y a Tito Fernández en el céntrico café Garogha. El 9 de diciembre de ese año, Nelson Schwenke y Marcelo Nilo debutaban en el Cine Cervantes.

En Santiago, el recordado Café del Cerro fue por lejos el bastión de este nuevo canto y de resistencia anti dictadura, administrado por el magallánico Mario Navarro Andrade. Este egresado de Arquitectura se relacionó tempranamente con el movimiento, ya que tenía un primo integrante del grupo Wampara, pioneros del género que grabaron para Alerce y a quienes ayudó a hacer la producción.
Luego pasó a ser manager de los Aquelarre, y organizaría durante tres años los Encuentros de Juventud y Canto, con música, poesía, teatro y algo de cine en la Parroquia Universitaria. De ahí se sumó a la productora Nuestro Canto, de Miguel Davagnino. Con ella llenaría innumerables veces el Teatro Cariola cada domingo a las 10 de la mañana, único enclave de expresión en esa época.
Poesía y compromiso

Aunque el mensaje a ratos trascendía a la música, e inevitablemente se caía en la cuestión política, hubo música interesante y de calidad. como Santiago del Nuevo Extremo y el dúo Schwenke & Nilo, cuyas melodías cautivaban por partida doble gracias a la poesía de Clemente Riedemann.

No quisiera dejar de mencionar que en aquellos años en que la iglesia estuvo al lado de los perseguidos, fue relevante la edición del vinilo de la “Cantata de los Derechos Humanos”, por parte del Arzobispado de Santiago. Dicha pieza fue creada por el grupo Ortiga, Alejandro Guarello y el sacerdote Esteban Gumucio como una alegoría del texto bíblico de Caín y Abel en aquellos oscuros tiempos, y dejó una huella musical en el ámbito de la defensa de la vida. Como un encargo del arzobispado para ser presentada en el Simposio Internacional sobre los Derechos Humanos (22 al 25 de noviembre de 1978), fue estrenada en la Catedral de Santiago, con participación del actor y director teatral Roberto Parada, que fue su narrador.

El “Canto Nuevo” en su tiempo fue un bálsamo necesario para empaparnos de lo que estaba ocurriendo en Chile. Como banda sonora del “apagón cultural”, sus letras aportaron el relato, la reflexión y el compromiso social necesarios en aquellos días.

En aquellos días en que ya escuchábamos más casetes que vinilos, no faltaron aquellos cultores a los que uno iría identificando más en teoría que “orejísticamente” gracias a aquel baluarte cultural que fue la revista “La Bicicleta”, cuyo aporte crítico y metamusical se agradece.

Desgaste

Claro que con los años esta expresión se desgastó políticamente hasta caer en algo anacrónico, porque las juventudes que siguieron tampoco compraron ya sus mensajes, al punto que al “Canto Nuevo” muchos lo llamaron el “Llanto Nuevo”. Parte de ello devino con la llegada de una democracia monopolizada por los partidos políticos.
 
Y para quienes duden del influjo del “Canto Nuevo”, una de las canciones más populares de Los Prisioneros como “Nunca quedas mal con nadie” fue un dardo con presumible dedicatoria al anacronismo de un Gatti o al de dudosos cultores como Piñera, ensalzado por los medios de comunicación como “vocero” del movimiento. Jorge González deja bien claro a esas alturas que los tiempos estaban cambiando y que ellos –y sólo ellos- encarnaban “La Voz de los ’80”.
Para el cierre, tal vez la mejor frase que refleja el legado del “Canto Nuevo” es la del músico valdiviano Javier Aravena, al referir que la música de Schwenke & Nilo “estuvo presente en momentos en los que no se podía hablar libremente, donde lo que se pensaba se debía cantar”.

Roberto Hofer Oyaneder


LP recopilatorio “El Canto Nuevo” (1979, Alerce).

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