-El aporte de Camilo Fernández en imponer estilos musicales en base a un elaborado trabajo dejó una huella indeleble dentro de la discografía nacional.
[Tiempo de lectura 7' apróx.]Aunque esta historia se parezca cada vez más a la serie televisiva “Dark”, con saltos hacia atrás y hacia adelante, e información a ratos inconexa, diremos en favor nuestro que todo vale si nuestro esfuerzo permite conectar al vinilo con la vida cotidiana.
Para quienes hoy peinan canas –me incluyo- hubo dos interesantes momentos dentro de la producción nacional, algo emparentados entre sí y coetáneos, como lo fueron la “Nueva Ola” y el “Neofolclor”, ambos de la sexta década del siglo XX.
La gracia del primero, a nivel de nuestra naciente cultura pop, fue el alzarse como primer fenómeno de ventas criollo, con ropajes propios y asimilando en su estilo los cánones del rock and roll, el cual remeció cimientos al punto de abrir una brecha generacional.
Eran años en que el gran vehículo era la radio (amplitud modulada), con marcadas preferencias ya en las audiencias por las rancheras mexicanas, el bolero, ritmos afro-cubanos, el foxtrot (cadencia latina adaptada del “ragtime” estadounidense) y, por supuesto, la música de raíz folclórica.
No sé si en esa época ya nos veíamos como los “ingleses de Sudamérica”, pero esta arremetida foránea, con un nuevo y rupturista lenguaje musical, haría “clic” en un juvenil productor musical llamado Camilo Fernández, también conectado con el mundo radial.
Con visión, y despojando al rock de todo atisbo de rebeldía, cimentaría su éxito futuro al apostar a jóvenes talentos como Nadia Milton y Peter Rock, vendiéndolos como símiles de estrellas del “rock and roll” y de la edulcorada balada yanqui de fines de los años ’50 como Brenda Lee, Elvis Presley, Frankie Avalon o Paul Anka.
Este fenómeno podría haberse llamado perfectamente “New Wave”, pues sus exponentes se rebautizaron con rimbombantes alias como Pat Henry (Patricio Henríquez), Danny Chilean (Javier Astudillo), Buddy Richard (Ricardo Toro), al igual que conjuntos como The Carr Twins (hermanos Carrasco) o los Red Junior (hermanos Zabaleta).
“¡Gol de Chile!”
Este movimiento agarró vuelo con “El rock del Mundial” (1962, CRC), himno creado por The Ramblers, que encendió un fervor popular por el Mundial del 62. “Por cada gol que metían los chilenos, yo vendía 50 mil copias más”, confesaría su productor más tarde.
Si la “Nueva Ola” supo crecer, fue gracias a una trabajada producción musical. Don Camilo apadrinó también a estrellas como Fresia Soto y Luis Dimas en sus sellos subsidiarios Demon y Arena. Antonio Contreras, otro mecenas con sello propio (Caracol Producciones), ficharía a su vez a José Alfredo Fuentes.
Aun cuando el oleaje de esta corriente perdería fuerza ya en la segunda mitad de los ’60, no hay que desmerecer el aporte de consagrados como Cecilia, Buddy Richard, Los Blue Splendor, y otros más efímeros como Óscar Arriagada -“El twist del esqueleto”- y Sergio Inostroza –“El twist del tren”, “Bienvenido amor”-.
Aun cuando el principal aporte de la “Nueva Ola” se asocia más bien a un aspecto lúdico como el baile, de lírica políticamente correcta, más bien evasiva -nada existencial, ni de sexo, drogas y rock and roll-, su moda supo acaparar varias portadas de la juvenil revista Ritmo. Como un amor veraniego o primer salto de un surfista, al menos quedó en el registro como una apuesta de artistas nacionales de “mojarse el potito” en imponer un estilo popero criollo.
Nueva fórmula
Al abrir los ’60, la tradición folclórica ocupaba también un lugar relevante hasta ese momento. Nuevamente sería el valdiviano Camilo Fernández, quien vería similar potencial en este género para imprimir una nueva sonoridad, cual calco de lo obrado en la “Nueva Ola”. Ello, al fomentar una mayor popularidad a nivel del público adulto y juvenil patentando una fórmula distinta: nuevas posturas en guitarra sumado a originales armonías vocales –con el sello de adornos en polifonía-.
Así nacería el “Neofolclor”, tendencia también rotulada como “Nueva Ola Folclórica” -y que pavimentaría la ruta a la “Nueva Canción Chilena”-. Aquí, el olfato “bendito” del productor –responsable también del fenómeno de “Música libre”- fue más determinante que peñas, festivales o talleres al momento de hacer escuela, despojando al folclor de un tradicional encasillamiento centralista y urbano.
Los Cuatro Cuartos (“Adiós Santiago querido”) y Las Cuatro Brujas (“Mi abuela bailó sirilla”) llevaron el estandarte del movimiento, armando canciones con arreglos muy cuidados y un énfasis en lo vocal. Asimismo, insuflaría nueva vida a ritmos tradicionales olvidados como el cachimbo, la refalosa y, en menor medida, la pericona.
Excepcional sería el aporte de Los Cuatro de Chile (Nelly Luco, Ronnie Medel, Orlando Muñoz y Pascual Rojas) quienes dieron refinado vuelo musical a lo más granado de las letras latinoamericanas, como sus dos discos de “Homenaje a Óscar Castro” (1970 y 1971, Astral) junto a Héctor y Humberto Duvauchelle.
También se vincula a este movimiento a Margot Loyola, Los Quincheros, los de Ramón y el conjunto Millaray, como a la inicial etapa de “Pato” Manns y Víctor Jara (sello Demon). Su influjo lograría que intérpretes criollos le compitieran palmo a palmo a ídolos foráneos, como fue el caso de Pedro Messone.
No está de más reconocer al hoy octogenario ingeniero de grabación Luis Alberto Torrejón, como el responsable de grabar prácticamente todo el catálogo de la “Nueva Ola” y buena parte del “Neofolclor”, dado su largo vínculo profesional con Camilo Fernández.
Festivaleras
La vitrina del Festival de Viña del Mar llevaría a sus exponentes a rozar la gloria: Los Huasos Quincheros ganaron la parte folclórica de aquel certamen dos años seguidos -1963 y 1964-, con “Álamo huacho”, de Clara Solovera, y “Qué bonita va”, de Francisco Flores del Campo. Los Cuatro Cuartos lo hicieron en 1965 con “Mano nortina”. E incluso en 1967, ya fuera del grupo, Willy Bascuñán ganó la parte folclórica con su tema “Voy p’a Mendoza”, y a la vez lo hizo en la parte internacional con “Cuando rompa el alba” (en la voz de Fresia Soto). Esta última fue dedicada a Fernando Torti, miembro de Los Cuatro Cuartos, fallecido meses antes en un accidente automovilístico que conmocionó al mundo del espectáculo.
Los “neofolcloristas” más próximos a nuestra región magallánica fueron los aiseninos Los Lazos, ganadores del Festival en la Patagonia, que como certamen cosechó talentos locales asimilables como Los del Ocaso y, en la década siguiente, el Taller Alturas y Patagonia 4.
El mérito de esta nueva oleada de aire folclórico fue instaurar el hábito de escuchar música chilena en una audiencia renovada, aun cuando especialistas reconocen que, más que un estilo original –así como ocurrió con el programa “Música Libre”- era asimilable a lo que imponían los Cantores del Alba o los Huanca Hua en el lado argentino. Cosas del fútbol, diría el humorista, aunque el viento de la austral latitud patagónica sopla parecido en ambas direcciones, y musicalmente hablando, ídem.
Segundo LP de The Blue Splendor (1967, Philips). |
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