-La “Nueva Canción Chilena” aportó sentido social a nuestro acervo musical y lo posicionó en el cancionero latinoamericano.
En una nación futbolizada, “goles son amores”. Al hablar de aportes, independiente de su camiseta o color político, cualquier otro país hace rato ya le habría otorgado el Premio Nacional de Música a una figura de la relevancia de Patricio Manns, hoy por hoy indiscutido Tesoro Humano Vivo en esas lides. Sirva esto de pretexto para abordar aquel histórico movimiento sin precedentes que él construyó, como lo fue “Nueva Canción Chilena” (NCCH), la añeja “Nueva Canción” no fue flor de un solo día, sino un verdadero “estallido musical”, insuflando contenido e identidad a una expresión en ciernes, como perdida en medio del éxodo campo-ciudad de la primera mitad del siglo XX. El grado de penetración que alcanzaban los medios de comunicación masivos en el Chile republicano de los años ‘60 ayudaría a vehicular su producción.
Ante el “bombardeo” de ritmos y modas extranjerizantes, el “bichito” de la NCCH ancló en una juventud de clase media, estudiantil y progresista, más radicalizada y comprometida con los procesos sociales.
Desde 1963 y durante toda una década, el programa “Chile Ríe y Canta”, de radio Minería, conducido por René “Largo Farías”, fue semillero de una gran avanzada del canto de raigambre criolla. Su elenco realizó giras a lo largo del país, llegando a Magallanes entre el 17 y 20 de julio de 1966, con el auspicio de la Corporación de la Reforma Agraria (Cora). Esta embajada artística incluyó a la mismísima Violeta Parra, Pedro Messone y los Pampanitos, Sergio Sauvalle (ex Huasos Quincheros), Voces Andinas (con Patricio Manns), Cantares de Chile y un grupo pascuense. Se presentaron en el Municipal, el Gimnasio Cubierto y luego en provincias.
Discoteca histórica
El florecimiento de peñas folclóricas aquí y allá, hizo germinar un canto volcado al rescate de un sentir del pueblo -sub representado en la línea y temática del folclor en boga-. Al alero de la tradicional Peña de los Parra, este movimiento encabezado por Isabel y Ángel Parra, Víctor Jara, Rolando Alarcón y Patricio Manns, bebería del canto a lo humano y lo divino, junto con empaparse de un clamor continental.
Como expresión musical devino en todo un fenómeno discográfico, a través de la Discoteca del Cantar Popular (DICAP, también conocido como Jota Jota), compañía manejada por la Unidad Popular y dirigida por Juan Carvajal.
Durante seis años, hasta 1973, este sello editaría alrededor de 80 obras –sin contar los singles- no sólo de raíz folclórica, sino también de carácter sinfónico, infantil e inclusive rock (Los Blops y Combo Xingú). Se ha hablado de tirajes de hasta 10 mil copias o más de sus álbumes editados en vinilo, que prensaba la fábrica de la Corporación de Radio de Chile S.A. (filial chilena de RCA Victor), más tarde nacionalizada como IRT.
Entre las grabaciones más populares de su catálogo figuraron el “Canto al Programa”, de Inti-Illimani; “Pongo en tus manos abiertas…”, de Víctor Jara; y “Cantata Santa María de Iquique”, de Quilapayún.
A propósito de esta última, el fallecido músico y comunicador magallánico Juan Miranda, integrante tardío de Voces del Trumao, contaba -como detalle relatado por sus ex compañeros- que originalmente ese proyecto era para dicho conjunto: “preparen esto, les dijo Lucho Advis, que era amigo de Nelson Gallardo, el director del grupo. Ellos lo miraron y dijeron: ‘no, pero esto, ¿será atractivo? Y rechazaron la ‘Cantata Santa María’ dos o tres años antes que la tomara Quilapayún. Y fue todo un éxito”.
Universalidad
A nivel del contexto latinoamericano e internacional, la NCCH tampoco fue un fenómeno aislado. El periodista y escritor regional Reiner Canales sitúa a la canción protesta como parte de una simultaneidad de movimientos o “nuevas canciones” a nivel intercontinental. Asimismo, reconoce una sutil línea parental que vincularía a la NCCH con incipientes exponentes de la música popular en Francia, Italia e inclusive a los propios Beatles en Inglaterra.
Según el investigador Fabio Salas, la NCCH logró identificar y empoderar a través de su canto y baile al “país real”, ya presente en la poesía de Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y Nicanor Parra o en la obra literaria de Manuel Rojas y Nicomedes Guzmán.
Su canción comprometida denunció, por primera vez, la injusticia y explotación en una sociedad de marcados contrastes sociales, económicos y políticos. Así, incorporó una voz crítica a la contingencia política (“La democracia”, de Ángel Parra; “Preguntas por Puerto Montt”, Víctor Jara), ), de denuncia (“La carta”, Violeta Parra) y de difusión de procesos sociales como las reformas Agraria y Universitaria. Incluso se abanderizó con el ideario del gobierno de Salvador Allende (“Venceremos”, Quilapayún), alcanzando su mayor difusión en el fragor de las campañas políticas de 1969. Porque, como dijo el malogrado Presidente, “No hay revolución sin canciones”.
La NCCH es fácilmente reconocible a través de una rica plataforma musical, de variadas categorías y familias de instrumentos, abarcando una función destinada hasta entonces en nuestro folclor a la guitarra y el arpa popular. Como referente completará su expresividad musical con el empleo de instrumentos de carácter latinoamericano, partiendo por el cuatro venezolano que la propia Violeta adopta como acompañamiento esencial. A éste se irán sumando el tiple, acordeón, bandurria y mandolina, entre tantos otros.
Canción añejada
Su influjo abarcó varias regiones, de norte a sur, como los porteños Tiemponuevo y Osvaldo "Gitano" Rodríguez. En Valdivia, desde 1966 funcionó la peña de la ex Universidad Técnica del Estado, en la que se foguearon “El Temucano” y el puntarenense Jorge Radic, y donde René “Largo” Farías conoció al dúo Anita y José, compuesto por los entonces estudiantes Ana Pradenas, y José Seves (más tarde de Inti Illimani), cantando en la Casa Luis Oyarzún.
Medio siglo después, los registros de esta “nueva” simiente cultural son muy cotizados, no sólo en lo musical sino además en su cuidadosa producción gráfica. El arte de sus portadas e insertos le dio un sustrato tal al concepto, que el trabajo de sus diseñadores Antonio y Vicente Larrea, junto a Luis Albornoz, es reconocido e incluso estudiado en otras latitudes.
Los Larrea se nutrieron en su juventud de influencias como el arte de los afiches de la cinematografía y la gráfica de revistas estadounidenses, además del cartelismo de aquellos años en Cuba y Europa. El resultado fueron notables portadas, algunas impresas en forma artesanal, lo cual les daba un sello único. Las retinas de muchos melómanos están pobladas con la fuerza de imágenes concebidas como la del gorrión muerto del disco “Basta” de Quilapayún, el icónico hippie de “Canciones Funcionales” de Ángel Parra o el conmovedor cuadro de “Pongo en tus manos abiertas...” de Víctor Jara.
Mención aparte, todas las fotos conocidas de este asesinado cantautor fueron tomadas por Toño Larrea, en una espontánea sesión en exteriores en la santiaguina calle Fleming. Dicho material le alcanzaría para ilustrar todos sus discos posteriores. De no ser por tal acierto, su rescatada figura nos sería aún más difusa.
LP “Cantata Santa María de Iquique” de los Quilapayún (1970, Jota Jota). |
Disco de Víctor Jara ”Pongo en tus manos abiertas...” (1969, Jota Jota). |
“Anita y José” (1970, DICAP), bello muestrario de la canción latinoamericana. |