domingo, 22 de agosto de 2021

Postales doradas del rock en Magallanes: La vital experiencia acumulada de un sobreviviente de los ENCAJES BLANCOS

- Este músico de tomo y lomo, que formó parte desde el inicio de aquella institución musical fundada por los hermanos Castro, desempolva destacadas y amargas vivencias, como aquella fallida oferta que podría haber llevado al grupo hasta Madrid. Roberto Hofer Oyaneder

Aun cuando el veterano bajista magallánico Héctor Rivera Alarcón me ha confesado que su apodo -el “Huaso”- no es de su agrado, he estado a punto de argumentarle que si el rock es su campo, no debiera molestarlo, así como tampoco afectó al itinerante Jimi Hendrix su mote de “gitano eléctrico”.
Lo cierto es que la reputación de este roquero de siete décadas de vida, con oficio de sobra como sembrador y pionero del género en la región, amerita más que una mención en este espacio. Conocido como uno de los integrantes originales de los Encajes Blancos, se ha reinventado muchas veces en la vida, tras derivar en la onda musical en 1967 con Los Lancer. Aquel grupo, de onda más bien instrumental, lo vería nacer junto a sus amigos Gabriel Torres Cordero, “Negro” Ramírez y “Vitoco” Biskupovic (recordado guitarrista, ex compañero en el Liceo San José y en la mítica “Pandilla de Mi Barrio”). Tocó con ellos hasta 1968 y de ahí se fue a hacer el servicio militar. Una vez cumplido su deber patriótico, se integraría a los Encajes Blancos: “Creo que llevaban cuatro o cinco meses de haber empezado a tocar y ahí entré con ellos hasta que terminó el grupo en el año 1979 como grupo roquero, porque hasta ahí éramos onda roquera”.
Aquella eléctrica época grupal los llevaría a acumular kilometraje entre Río Gallegos, Río Grande y Ushuaia, “y de repente un poquito más al norte en esta onda, siempre para la Fiesta de la Primavera o carnavales como los llamaban ellos. O sino para alguna manifestación grande como el aniversario de tal ciudad. Siempre nos invitaban y en esa época muy bien pagados. No teníamos nada que decir”.

Incluso su última gira roquera en el año 76 pudo haber catapultado su experiencia internacional, al coincidir en esa última ciudad puerto con dos transatlánticos españoles, el Cabo San Roque y el Cabo San Vicente. Héctor cuenta que andaba un grupo argentino, los Mantra, a bordo de uno de los cruceros. En un día libre, el director artístico del barco, un español, vio tocar a los Encajes Blancos y los invitó a su mesa y los dejó citados al otro día a tomar el té. Allí les ofreció la posibilidad concreta de embarcarlos, pues la banda argentina terminaba contrato en Buenos Aires, y estaba todo dado para que los Encajes ocuparan dicha plaza.
Lamentablemente indica que “no teníamos pasaporte, y cuando nos presentamos con el cónsul, se demoraban alrededor de casi un mes para que nos pudieran hacer el pasaporte. Y el barco lo máximo que podía esperarnos era 10 días”. De haber prosperado aquella posibilidad -que no fue- habrían tenido un contrato para tocar seis meses en el barco y seis meses en tierra, amenizando discotecas de Madrid.

Influencias


Héctor señala que desde chico tuvo contacto con la música y el rock, y en especial gracias a que entraba mucha música por ese lado. En esa época, Argentina estaba muy adelantada en cuanto a repertorio, beneficiando a Punta Arenas una conexión muy buena existente con Río Gallegos y Ushuaia, desde donde venía mucha música, ya sea de origen yanqui como del vecino país. De ahí que la música del momento se escuchaba primero en Punta Arenas antes que en Santiago.
Beneficiaría a los Encajes Blancos aquel histórico contacto con el estrafalario Carlos Kelly Petersen, alias “El Ciruelo”, el primer hippie que hubo acá en Punta Arenas, quien solía pasearse con muchos discos bajo el brazo. Corría el año 70 cuando éste les mostró por primera vez un disco de Santana. Aquel ritmo extraño, entre música salsa y rock, los cautivó y al tiro intentaron sacar algunos temas. “Después ya cuando vino la película Woodstock francamente entramos de lleno en todo lo que es la música”, agrega. Al punto que vieron seis veces aquel filme en el Teatro Gran Palace. Estuvieron las tres funciones, dos días seguidos, viendo exclusivamente los temas, los tonos y, a la vez, la fonética del vocalista. En ese tiempo cantaban Néstor Castro (Q.E.P.D.) y Arturo Saldivia.
Por otro lado, indica que en Punta Arenas tuvo especial asidero el rock argentino al haber en esa época muchas bandas de gran calidad sonando. Incluso tuvo la oportunidad el año 67 de ir con los Lancer a Río Gallegos, y allá recuerda haber visto tocar a un conjunto bonaerense llamado Teléfono Público: “Para la Fiesta del Estudiante lo vimos en el Gimnasio de Hispanoamericano, dentro de ese grupo había una mujer que tocaba el bajo y no se distinguía entre medio de los hombres todos de pelo largo. Entonces ahí nos llamó la atención que tocaban temas que se vendrían a escuchar acá después de uno o dos años”. Fue su primer indicio de los Creedence Clearwater Revival. Otro aspecto que les llamaría la atención era la amplificación moderna que usaban marca Fender, a años luz de sus equipos “normales” Hohner, Hofner o Strato.
Y de esos grupos argentinos buenísimos recuerda haber visto en películas a Los Gatos con Litto Nebbia y un lote de temas como “Rock de mujer perdida” que estaban “demasiado avanzados para la época en Sudamérica”.

Rock de las heridas

Pese a la lejanía, en Magallanes la incomprensión social a que se vieron sometidos los roqueros en aquellos años de uniformes y represión militar no hizo distingo alguno con Rivera. Antes del Golpe de Estado, él cursaba tercer año de Ingeniería en Ejecución en Estructuras Metálicas en la ex Universidad Técnica y trabajaba en paralelo en el sector público, hasta que el 14 de septiembre del ‘73 fue “cortado” de Impuestos Internos. Su peor pecado fue ser militante del Partido Socialista, al cual había ingresado el año 64.
En aquellos tristes días, su templanza sería puesta a prueba una y otra vez. Alrededor del primer día de diciembre de 1973, él y sus compañeros de banda se preparaban para participar, como músicos de apoyo, de un evento artístico en sintonía con el ideario del régimen militar: el Festival del Cantar Juvenil, en beneficio de la reconstrucción nacional, en el Gimnasio Cubierto, con el patrocinio de la Coordinación Nacional de Educación.
“Estábamos ensayando (en el gimnasio del Club Chile) cuando de repente entró uno de civil y entraron como cuatro o cinco conscriptos que estaban esperando con un camión. Preguntaron por fulano de tal, me apañaron y me anduvieron llevando de paseo por varias partes hasta que me trajeron a la Casa de la Risa (Avenida Colón N° 636), me cortaron el pelo a bayonetazos, porque ésa es la verdad, y casi me mataron a palos”, recuerda. A él ya lo habían detenido antes: “por ir a ayudar a compañeros que les íbamos a dejar ropa. A mí me tenían fichado ya por un montón de razones, yo había trabajado en Impuestos Internos y (en esa repartición) me tenían a mí entre ceja y ceja”.
Aunque no estuvo en el campo de prisioneros de Isla Dawson, confiesa que “de paseo” lo anduvieron trasladando muy cerca de allí en una vuelta a la que lo llevaron en una barcaza naval, sometido a un dolor a escala física y más allá. Como a un perro, todo espoleado y en medio de groserías lo condujeron en un momento a su casa, porque andaba sin carné, y allí en forma prepotente “le dijeron a mi madre: despídase de su hijo, porque no lo va a ver nunca más”. Lo sacaron a punta de patadas delante de ella.
En esta ocasión, como muchos chilenos temió por su vida, e incluso sus compañeros de grupo llegaron a pensar lo peor. “Justamente Néstor (Castro) y no me acuerdo cuál otro más de los chicos fue a hablar. En ese tiempo estaba el general (Manuel) Torres de la Cruz aquí, le dijo: si no largan a Héctor de dónde está no hay festival de la reconstrucción”, agregó. Porque estaban a dos o tres días de realizar el evento, y habían ensayado ya con 60 ó 70 jóvenes de todos los colegios. El ultimátum surtió efecto. Luego de que lo trasladaran vendado arriba de un camión él volvería a ver la luz, siendo arrojado a la misma altura de donde lo habían encontrado.
“Yo sufrí lo que sufrió mucha gente, a lo mejor no tanto tiempo preso, pero igual nos dieron y con ganas”, expresa. Aun cuando él perdonó de corazón a quienes lo torturaron, cree que ellos tienen que pedirle perdón al pueblo: “Yo tuve amigos, compañeros que dan pena, que entraron caminando, viejo, y los sacaron en silla de ruedas, les descolgaron los riñones a patadas. Otros que de tanta electricidad a la altura de la boca les afectaron la lengua y quedaron tartamudos (…) o salieron con las costillas quebradas, otros salieron poco menos que inválidos hasta que mueran, son terribles secuelas que lamentar”. Aunque le resulta triste recordarlo, es una carga emocional que se lleva. Tanto o más que el verse impedido de retomar sus estudios y de sacar un título, lo cual le habría permitido pasar a la planta de fiscalizadores de Impuestos Internos y estaría ya jubilado.
Pero si hubo algo heroico en Rivera fue el haber tocado finalmente en aquel “festival de la reconstrucción”.

Aquí y allá

La música le daría a Héctor alguna estabilidad, sumando a ello sus oficios como administrador de locales con onda roquera. Cerca del año 90 no lo pensó y asumió como encargado de los casinos sociales de Cerro Sombrero y Cullen, lo cual le permitió durante años conocer más de gastronomía y crecer en el manejo de muchas cosas. Años después pudo abrir un pub en calle Mejicana, el Tulousse, cambiando luego su ubicación, y hoy se mantiene como restorán en Chiloé esquina Errázuriz. Su sueño siempre ha sido tener algún día música en vivo.
Para el final, saca a colación un olvidado episodio con los Encajes Blancos, tanto o más memorable que haber logrado un público jamás visto en Río Gallegos para el Carnaval de 1974: cuando en 1978 ó 1979 tocaron al aire libre en un evento en el estadio Fiscal en la víspera de Navidad.
En esa oportunidad, fruto de una campaña organizada por ellos lograron llenar un camión de 8 a 10 toneladas con juguetes nuevos para los niños necesitados: “tocamos como cuatro o cinco grupos más y estuvimos entre ocho a diez horas de música en el Estadio Fiscal y juntamos cerca de 8 mil personas. Lo que no ha hecho nadie”.

(PUBLICADO EN DIARIO "EL MAGALLANES", 22-AGOSTO-2021)

Una de las facciones históricas de los Encajes Blancos: Miguel Muñoz, Ariel Santana (Q.E.P.D.), Arturo Saldivia, Néstor Castro (Q.E.P.D.) y Héctor Rivera.

El destacado músico aparece entrevistado en su céntrico restaurante por el autor de esta crónica hace algunos años.

Héctor Rivera recorrió toda la Patagonia chileno-argentina en sus años mozos junto a los Encajes Blancos.

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